El científico David Goodall de 104 años de edad, oriundo de Inglaterra, asegura que su vida se ha prolongado por demasiado tiempo y por lo mismo está envejeciendo de forma vergonzosa. A pesar de no tener ninguna enfermedad terminal o algún problema que le cause dolor o molestias, el deterioro en su calidad de vida es la razón por la que tomó la decisión de viajar a Suiza y acabar con su propia vida.
“No quiero ir a Suiza, pero tengo que hacerlo para tener la oportunidad de suicidarme, ya que el sistema australiano no lo permite”
En Australia, lugar en donde está radicado, no es legal el suicidio asistido, por lo que debió viajar a Suiza para realizarlo. Lo acompañaron alguno de sus nietos, familiares y amigos, además de periodistas para cubrir uno de los casos que ha remecido a la población mundial, en especial en aquellos países en donde el suicidio y la muerte asistido con ilegales.
Existía una campaña de recaudación de dinero que buscaba que Goodall viajara en clase ejecutiva, la que fue todo un éxito y que logró reunir cerca de 15 mil dólares, demostrando que muchas personas al rededor del mundo creen que el suicidio asistido es un derecho básico que debiese tener el ser humano. Con el dinero lograron comparar los pasajes hacia Suiza para el científico y su ayudante, una de sus más cercanas amigas.
En el lugar recibirá una dosis letal de ciertos fármacos que le provocarán su deceso, lo que ha esperado por tanto tiempo.
Actualmente Suiza, Bélgica, Luxemburgo, Holanda y los estados de California, Oregon, Washington, Vermont y Hawaii de Estados Unidos son los únicos lugares que permiten el suicidio asistido y la muerte asistida como una herramienta legal para que un ser humano acabe con su vida.
En el resto de las legislaciones no solo son ilegales, sino que además si el proceso sale mal y la persona queda con vida, debe someterse a procesos legales en su contra. De hecho en Malasia si se es testigo o asistente en un suicidio, esa persona es castiga con pena de muerte o podría ser condenado a la horca.
La estrecha relación entre el estado y las religiones es lo que provoca que el suicidio y la muerte asistida sigan siendo penadas por la ley en la mayoría de los países. El 7 de abril, 118 obispos franceses firmaron una carta llamada “El fin de la vida: Sí a la urgencia de a fraternidad”, con la cual buscan disuadir a los médicos que quieren que el suicidio y la muerte asistida sean legalizadas en ese país. Los religiosos explican que sería contraproducente que el gobierno quiera frenar la tasa de suicidios y en paralelo legalice el suicidio asistido.
“Cambiar la ley sería faltar al respeto no sólo al trabajo legislativo ya realizado, sino también a los pacientes y a la progresiva implicación de los cuidadores. Aceptar el suicidio asistido por médicos en Francia sería contradictorio, continúan, ya que en el país se está promoviendo la lucha contra el suicidio. También señalaron que sería contrario al Código Ético Médico francés que dice que los médicos deben llevar a cabo su misión con respeto por la vida humana, la persona y su dignidad. A la luz de esta parábola, hacemos un llamado a nuestros compatriotas y a nuestros parlamentarios, para que tengan consciencia y podamos construir una sociedad fraterna en Francia, donde nos cuidemos unos a otros tanto personal como colectivamente”.
Lamentablemente en los países en donde la posición de la iglesia es más influyente, se sigue votando en contra de este tipo de legislaciones, en donde se prioriza lo que el resto opina sobre la vida, por sobre lo que cada uno piensa de ella.
Por otra parte miles de personas alrededor del mundo creen que esta forma de quitarse la vida es una manera digna y compasiva para quienes están en el caso de una enfermedad incurable o quienes simplemente quieren acabar con su vida por agotamiento u otra razón.
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