Usualmente pensamos en el sexo como algo que pertenece a la esfera de lo íntimo, y por ello creemos que para hacerlo debemos cerrar las puertas, las ventanas, correr las cortinas y prácticamente cubrirnos con las cobijas lo más posible. Y es que no se trata sólo de cuidar la desnudez y asegurarse de la privacidad, también lo asociamos con mantener el pudor.
Hace varios años conocí el caso de un céntrico ciber café de Santiago de Chile. Uno de los pocos que sobreviven, y es gracias a sus particulares extras: hay casetas de madera cerradas para cada una de las computadoras, y dentro hay un escritorio pequeño y una silla grande.
Todas las computadoras se podían comunicar entre ellas mediante un sistema de chat cerrado, donde los clientes entraban y -en vez de mirar las redes sociales, imprimir, escanear o revisar el correo- hablaban con los otros clientes para acordar tener sexo entre sí.
Como era un espacio reducido, la incomodidad era bastante grande, pero el anonimato era algo que no tenía precio. Según cuentan las personas que trabajaban ahí, muchos de sus clientes eran oficinistas que llegaban con traje y corbata. Algunos pasaban varias noches a la semana ahí. Varios de ellos llevaban argollas de matrimonio.
Hasta hace poco pensaba que esa era la forma más impersonal y directa que había para tener sexo. Pero después escuché hablar del renacimiento de una tendencia que lleva nombre en inglés: el cruising.
Cruising
El cruising es una tendencia que ya era popular en la década de los 70 y 80, y que consiste en tener sexo con desconocidos en lugares públicos: parques, veredas oscuras, estaciones de tren y baños de restaurantes. Es generalmente practicado por hombres y entre hombres, siendo una nueva forma de vivir la sexualidad para muchos de ellos. Aunque la mayoría de quienes lo hacen se consideran homosexuales o bisexuales, varios de ellos se definen como heterosexuales.
Pese a que buscan mantener el anonimato, muchos de ellos no tiene problema al hablar sobre lo que significa el cruising para ellos, su experiencia, cuándo iniciaron y qué conclusiones sacan de esta forma de vivir el sexo.
R. tiene 52 años y practica el cruising hace más de 20. Siendo joven tenía mucho éxito en su vida amorosa y sexual. “Con lo que me iba surgiendo en los bares tenía de sobra”, asegura, pero en algún momento le ganó la curiosidad y comenzó a frecuentar las orillas del río Guadalquivir (España). Ahí no debía tener demasiado conocimiento previo: bastaba conocer el lugar y captar las señales. Varios coches se acercan y se separan en la oscuridad, y de pronto puedes ver un par de nalgas asomarse entre el follaje.
Algunos voyeristas aprovechan para pasear al perro justo por estas zonas de actividad sexual para levantar la mirada justo en el momento en que un torso desnudo se asoma entre los arbustos.
Según cuenta R., muchos lo juzgan duramente, y otros lo miran con curiosidad e incluso deseo. Pero lo que más le apasiona a R. es la comprensión del anonimato.
“Lo que no he visto nunca ha sido violencia”, cuenta. “Es todo muy civilizado dentro de lo que cabe, porque apenas hay comunicación pero para lo que te interesa siempre te entiendes. No saludas ni intercambias ningún dato, no sabes nunca el nombre del otro. A veces no llegas ni a hablar con la persona, que para mí es lo mejor, la verdad”.
“Me gusta que sea todo tan sencillo y tan accesible, me lo he pasado bien”, asegura.
Con 45 años, T. está bastante cerca de la edad de R. Ha hecho cruising por Barcelona, Madrid y Sevilla. Está de acuerdo con R. en el gusto por esa complicidad secreta e una interacción que, según cuenta, se hace por dos fines: primero, para lograr lo que cada uno quiere durante el sexo; y segundo, para hablar sobre el condón.
T. siempre lleva condones consigo, y si su compañero no está de acuerdo en usarlos no se hace problema y se va del lugar. Ambos encontrarán lo que buscan en ese o algún otro parque.
Pero también hay algunos más tímidos, como L. Él dice que las zonas públicas le generan una sensación extraña, entre pudor y respeto. Así que conduce hasta los lugares reconocidos por servir para el cruising, estaciona su auto y espera. Hace contacto visual desde el coche y, si su interlocutor entiende, se acerca solo hasta el vehículo. Prefiere que se metan al asiento del copiloto para que sea todo más rápido e impersonal. Pero si la chispa lo exige, no tiene problemas con que ambos se pasen al asiento de atrás, donde el sexo es más fácil y hay espacio para estar tendidos cómodamente.
El único requisito excluyente es que las luces del auto deben estar apagadas, de lo contrario su deseo se desvanece.
L. siempre lleva papel higiénico, toallitas y enjuague bucal en su guantera. Todo lo que necesita para sentirse cómodo. Y es que según dice, la higiene es lo más importante a la hora del cruising.
Al andar en coche, el único problema parecen ser los mirones: sujetos que se pasean solos o acompañados para mirar a otras personas tener sexo, asomándose groseramente y sin ninguna vergüenza por la ventana.
“No todos los mirones son iguales y no todos molestan. Si alguien mira porque le gusta y no interfiere, me da igual, es algo que pasa, que entra en el juego”, cuenta L. “Pero hay otros tíos que espían como juzgando con asco, que vienen en plan criticón cuando en realidad se ve que les da morbo y están reprimidos. Normalmente no dicen nada pero no sé, te das cuenta de cómo son y yo en concreto prefiero que se vayan”.
Heterosexuales
Cuando cae la noche sobre los parques, estos se empiezan a llenar de a poco. R. cuenta que prefiere no ir a lugares cerrados, porque los parques le provocan un morbo especial que aumenta considerablemente su líbido. Muchas veces, cuando ve grupos grandes, se une si puede. Todo se trata de leer las señales corporales.
El lenguaje del movimiento es lo más importante cuando practicas cruising.
T. cuenta que, por la concentración nocturna, la gente suele ir con menos pudor a buscar sexo a esas horas. Pero que también en las mañanas ocurren cosas bastante interesantes:
“Yo a esa hora apenas he ido, pero hasta por la mañana suele haber también gente, y es típico ver algún tío con pinta de trabajar en una oficina, de ser el típico padre de familia. Se nota mucho que de cruising van bastantes heteros con curiosidad o que llevan una doble vida”, dice.
“La higiene es lo más importante”
Un estudio reciente indicó que casi uno de cada dos hombres homosexuales afroamericanos estadounidenses son portadores del VIH. Una cifra altísima y preocupante, pero alejada de la realidad de los españoles. Pero los cruisers de este lado del mundo saben que el VIH no discrimina lugares geográficos, por lo que saben que deben protegerse. Para ellos, al menos, no hay sexo sin condón.
Y es que si lo haces con un desconocido, no sabes nada de su higiene, sus prácticas, métodos y su historia sexual.
Pero las enfermedades venéreas no son lo único que vuelve peligroso el cruising. Por ejemplo, nunca se sabe cuándo un pequeño impasse que puede arruinarlo todo.
L. tiene una historia bastante particular para ejemplificarlo, aunque al comienzo se muestra reticente a contarla. Pero pronto acalla sus nervios y cuenta su testimonio entre risas:
“Estaba liado en una especie de trenecito un poco desastre con dos detrás. Yo era el primero de la fila, y de repente sentí que me venía un apretón muy grande. Cuando me di cuenta, los había manchado a los dos, me había manchado los pantalones, me tuve que volver al coche hecho un asco, que encima estaba lejos, sin muda para cambiarme, sin apenas nada para limpiarme”.
Al día siguiente, antes de volver a ir al parque, pasó a una tienda a comprar toallitas. Desde entonces, siempre las lleva en la guantera.
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