Seguramente te habrás preguntado por qué son tan comunes los apellidos como Fernández, Sánchez o González. Y probablemente sea porque tienes un o varios amigos con el mismo apellido.
Lo cierto es que es un fenómeno histórico que no es exclusivo de hispanoamérica, y que ha sido analizado por algunos expertos recientemente.
El concepto genealógico de “patronímico” es clave para entender esta situación. Un apellido es patronímico cuando se ha formado por derivación del nombre del padre o del antecesor de la persona, expresando la pertenencia de ella a determinada familia.
Y en español, los patronímicos se derivan del nombre del padre mediante los sufijos “ez”, “oz”, “iz” e incluo “az”.
En otras palabra, si tomamos el apellido “González”, descubriremos que la terminación “ez” refiere a que se es “hijo de Gonzalo”. Y esto tiene mucho sentido, tomando en cuenta que a partir del siglo XII, en España solía identificarse a las personas con el nombre propio seguido del paterno, añadiendo el sufijo “ez”.
Lo mismo ha ocurrido en el resto de los idioma, como en el inglés o el danés, en los que los sufijos “son” y “sen”, respectivamente, quieren decir “hijo”. Así, Jackson es el “hijo de Jack”; y Andersen, el “hijo de Ander”.
Originalmente los apellidos surgieron por la necesidad de diferenciar a las personas que tenían los mismos nombres. Por ello, si en un mismo pueblo habían dos Luis, se añadiría su profesión, alguna característica física o de personalidad, o incluso su lugar de origen o familia al lado de su nombre propio.
Así fue como surgieron los nombres completos: Luis Rubio, Luis Herrero, Luis Trujillo, Luis Calvo, Luis González.
Sin embargo, esta tradición terminó en el siglo XV, cuando los apellidos comenzaron a heredarse.
El origen específico del sufijo “ez” continúa siendo un misterio para los expertos en el área, pero se sabe que su fórmula de uso era tan sencilla que se logró expandir por toda España y luego, gracias a la invasión de los conquistadores, por toda Latinoamérica también.
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