La obediencia no siempre es sinónimo de éxito y esto es algo que deben tener muy claro los padres. Ya que muchas veces no se trata de respeto, sino que inculcar temor en los niños, suprimiendo su propia voluntad y personalidad, llevándolos a ser dóciles, callados y poco felices.
Al inculcar una obediencia ciega y no una inteligente, el menor lo asume como una prioridad. Esto lo lleva a dejar de percibirse como alguien valioso, suprimiendo sus necesidades y criterios, siendo un blanco fácil para acosos y molestias por parte de sus pares.
Un niño obediente y callado no siempre es feliz
Los niños curiosos, quienes preguntan sobre todo lo que desconocen, tienen una mente activa y llena de vacíos que llenar. Por otro lado, los niños más tranquilos y reservados, puede que sean más introvertidos, pero aún así son felices.
Sin embargo, aquellos pequeños que son callados y muy obedientes, no hacen preguntas ni satisfacen su curiosidad, lo que a la larga perjudica su desarrollo, crecimiento y sin lugar a dudas, su felicidad.
Al establecer las reglas, tanto fuera como dentro del hogar, es importante que estas no sean amenazantes o autoritarias. Todo lo contrario, los padres deben ser empáticos, con el único objetivo de establecer un sentido de respeto en el menor, sin sobrepasar o dejar de lado su personalidad.
Deben explicar los castigos y los motivos a cada menor, para que así pueda comprender las normas de acuerdo a su nivel de lógica. Solo así, los padres podrán fomentar la obediencia inteligente a las reglas y al mismo tiempo, dejar que el niño desarrolle su propio criterio, generando el espacio para las dudas, los cuestionamientos y las negociaciones.
La amenaza y el terror no deben formar parte del método de crianza, aún si es la forma en que se nos enseñó a nosotros. El tiempo, la paciencia y el esfuerzo servirán para crear un vínculo de confianza con el menor.
Con estas medidas el niño podrá sentirse valorado y escuchado.
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