No recuerdo haber tenido un animal fuera de lo común como mascota. El animal doméstico por excelencia, como en buena parte del mundo, era el perro: un ser inteligente (pero no tanto), fuerte pero dócil, y muy cariñoso. Alguien que podía aguantar algunas hostilidades de la vida, y las impericias de sus amos. Pero hay muchos animales que podían ser parte de una familia, además de los igualmente comunes gatos: peces, tortugas, iguanas. Reptiles de toda clase, que requerían de mucho cuidado.
Y se veían mucho más frágiles que los perros, obligados a vivir en una pecera muy cerca nuestro.
Pero en Asia Oriental, las cosas son bastante distintas. Ahí hay un deseo de cercanía y contacto con los animales exóticos, que sumado a la poca regulación del mercado y sobre los derechos de los animales, ha desvirtuado esa búsqueda.
Paseando por el centro de Pekín, podrás ver a personas en cuclillas que voltearán una caja de madera, sobre la cual estarán muchas bolsas pequeñas y trasparentes. Su brillo a contraluz no deja ver su contenido al principio, pero cuando te acercas verás que algo se mueve.
En esta bolsa de 3×5 sellada al vacío y rellena hasta la mitad con agua, una salamandra se mueve ansiosa. La parte superior de la bolsa tiene un hilo, para que pueda ponerse en tu llavero.
Según reporta el diario local China Daily, peces, tortugas y todo tipo de animales pequeños se venden en este formato, en puestos informales junto a las escaleras de las estaciones de metro. Según los mismos vendedores, antes de cerrar la bolsa herméticamente ponen en el agua un alimento de larga duración que les permitiría vivir hasta 6 meses.
Su valor es de apenas un dólar y medio.
Nadie sabe de forma tan certera cuándo comenzó esta “tendencia”, pero muchos transeúntes afirman que para el 2010 ya había una buena cantidad de personas vendiendo animales en bolsas selladas.
Encima de los cajones, las tortugas se mueven de un lado a otro de la reducida bolsa. Hay gente que pasa y los mira con intriga, otros que preguntan el precio y se van sin comprar. Pero otros, más preocupados por la integridad de los animales, los compran en decenas para liberarlos cuando lleguen a casa.
Si alguien le pregunta a ,os vendedores cómo alimentar a los animales, ellos responden que abriendo la bolsa para introducir alimento. Aseguran que es muy sencillo.
Cuando los turistas se acercan a preguntar por el precio, los vendedores los identifican de inmediato y les cobran el doble: 3 dólares estadounidenses. Nunca responden cuánto sobreviven los animales con el oxígeno del que disponen en una bolsa tan pequeña.
En oriente no tienen la misma percepción que en occidente sobre los animales, y de hecho ni siquiera se han movilizado para luchar por la dignidad de estos. Excepto pequeños grupos animalistas, que se han opuesto históricamente a la caza de ballenas en costas japonesas, siempre el centro de todo es el ser humano.
No es raro ver en China animales que son traficados y vulnerados, los mismos que en occidente tienen derechos esenciales a cualquier ser vivo. En base a tradiciones milenarias, menús exóticos y supersticiones, allá proliferan las garras de tigre, aleta de tiburón, cuernos de antílope e incluso de rinoceronte.
Aunque en este lado del mundo tampoco hacemos las cosas mucho mejor: los pollos, vacas y cerdos viven en condiciones paupérrimas antes de ser faenados en la industria cárnica que no tiene contemplaciones con los animales con los que trabaja. EL área agropecuaria en general sufre de mucha desregulación, y quienes lo pagan son los animales.
Pero al menos acá hemos creado leyes de tenencia responsable, mejores o peores dependiendo del país, pero al menos existen para asegurar condiciones dignas y una muerte piadosa para aquellos que se convertirán en productos de carne para consumo humano.
También hemos podido establecer vínculos más cercanos con los animales a los que decidimos llamar mascotas, creando una vida más digna para ellos.
Pero en Pekín, muchas personas continúan comprando pequeñas tortugas en bolsas plásticas y llevándolas en las argollas que sostienen sus llaves y se las echan al bolsillo. Un acto salvaje, falto de empatía y que por suerte, acá está prohibido.
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