La Violencia Obstétrica Y El Daño Irreversible Que Causa En Las Madres

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Laura Cárceres debió desestimar la fecha programada para el parto luego de presentar contracciones anticipadas, las cuales con el pasar de los segundos se volvieron prácticamente insostenibles. La joven madre llegó dos horas antes al Hospital de Morón de Buenos Aires en Argentina, en donde fue ignorada por las parteras, quienes le dijeron que debía esperar el horario al que había sido programada con anterioridad.

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Cáceres insistió y añadió que su bebé había sido diagnosticado de taquicardia, por lo que temía que los intensos dolores podían ser el indicio de algo grave. Pero quienes se encargarían de su trabajo de parto le dijeron que la taquicardia no representaba una condición de riesgo, por lo que debía esperar hasta que fuera la hora.

Cáceres no entendía lo que estaba ocurriendo y el dolor que sentía en su interior se manifestaba a través de sus gritos de forma constante, hecho que hizo enojar a las enfermeras de turno, quienes mientras jugaban en su celular se reían y la hacían callar.

“Si te gustó abrir las piernas ahora aguanta”

– Parteras del hospital

“Las parteras me dijeron que el turno era más tarde y me hicieron esperar. Les pedía por favor que me ayudaran y me dijeron que me aguantara, que no podían estar gastando guantes cada vez que me revisaban. Estaban con el celular, me gritaban que dejara de llorar, que les estaba rompiendo los oídos. En la historia clínica pusieron que me revisaron cada diez minutos y nunca lo hicieron. Echaron a mi marido porque si no, el médico no entraba a la sala de parto, fue todo una pesadilla”.

– Cáceres a Tiempo Argentino

Cuando se cumplieron las 14 horas desde su llegada, Cáceres sentía que en su interior no había vida. Os dolores ya eran parte de ella. Fue allí cuando las enfermeras la llevaron hasta una camilla, en donde se encontraba el médico, quien le ordenó que comenzara a pujar de forma inmediata. Las agotadas energía que tenía la joven madre fueron utilizadas para pujar, sin embargo, la pequeña se quedó trabada en su vientre, a raíz de lo cual el bebé fue jalado fuertemente, resultando con una fractura en uno de sus escuálidos brazos.

“Comencé a pujar y mi hija quedó trabada. Empezaron a hacer toda clase de maniobras para sacarla pero no podían. Lo lograron quebrándole el hombro derecho y moviéndole la cabeza para todos lados. Salió asfixiada, la reanimaron y la entubaron”.

Los temores de esta madre eran fundados, la taquicardia de la pequeña Alma y el tardío accionar del personal de emergencias del recinto dieron como resultado a un bebé que necesita de un respirador artificial para vivir. La fuerza con la que fue jalada del vientre de su madre, ocasionó que la pequeña se asfixiara momentáneamente, lo que originó un irreversible daño en su cerebro.

A cinco meses del traumático nacimiento, Alma continúa en estado de coma y con respirador artificial a causa de la asfixia que sufrió mientras intentaba llegar al mundo.

El miedo, el desconocimiento y el dolor físico permiten que las mujeres embarazadas se conviertan en un grupo altamente vulnerable, específicamente a la hora de dar a luz. La ansiedad y molestias físicas que experimentan las mujeres al momento del parto permite que muchos vulneren su integridad y aprovechen aquella delicada situación para desestimar sus derechos.

La violencia obstétrica es lamentablemente una realidad radicada a nivel mundial, sin embargo no es un concepto del que se hable con frecuencia. Cesáreas forzadas, negación al acceso de fármacos, ausencia de chequeos médicos, maltrato físico, tocaciones innecesarias y rupturas artificiales de la membrana son solo algunas de las formas de violencia obstétrica que pueden ser identificadas en hospitales y clínicas de todo el mundo, siendo en el sistema público donde ocurren con mayor frecuencia.

En Chile y de acuerdo al Ministerio de Salud, al menos el 50% de los nacimientos fueron llevados a cabo a través de cesáreas, hecho que refuerza la idea de que las mujeres son forzadas tácitamente a dar a luz a través de este método, el cual no debería ser mayor al 10 o 15 % de acuerdo a los estándares de la Organización Mundial de la Salud.

Desde los primeros meses las mujeres son conscientizadas con el método de la cesárea, haciéndoles creer que se trata del método más seguro y fácil para traer a sus hijos al mundo, siendo que el natural siempre será el más inocuo tanto para la madre como para el hijo.

La mayoría de los episodios de violencia obstétrica tienen lugar en los centros asistenciales públicos, ya que de alguna u otra forma la sociedad tiene inscrita en sus raíces que la gente de menores recursos no puede velar por sus derechos. El director del Observatorio de Violencia Obstétrica (OVO), de Chile, e investigador de la Pontífice Universidad Católica, Gonzalo Leiva, asegura que una de las grandes problemáticas es que los equipos de que ejercen este tipo de violencia no son conscientes de ella, no la ven, debido a que son prácticas inscritas hace más de un siglo en el sistema de salud a nivel mundial.

“Esta violencia está tremendamente normalizada y porque los equipos dentro de los hospitales no la ven, no son conscientes de ella. Hay una frase de un obstetra australiano que dice ‘los peces dentro de la pecera no ven el agua’, lo cual es cierto. Estos modelos institucionalizados llevan más de un siglo, los estudiantes que se están formando aprenden que esto siempre ha sido así, por lo que lo ponen en práctica cuando trabajan”.

El director del OVO asegura que la violencia posee distintas manifestaciones dependiendo si la madre es parte del sistema público o privado, siendo las cesáreas las más frecuentes en el privado y los tratos en el público.

“Los tipos de violencia se dividen de forma distinta en el sistema público y privado. En el privado sin duda es la cesárea cuando hay posibilidad de parto normal. En Chile en el sistema privado tenemos una tasa superior al 70%: ¿qué porcentaje de esa población requería una cesárea? En el sistema público son los malos tratos: humillación, retos, malas palabras, es frecuente la frase: ‘Si te gustó ahora aguántatelo’. Todo esto en un contexto en donde la mujer en Chile sigue siendo vista como un objeto sobre el cual se realicen procedimientos, ya sea que el equipo estima necesario para ella o su bebé, pero no es percibida como un sujeto de derecho”.

 

De la misma forma, Leiva se refiere a una violencia simbólica que responde a vicios del sistema. Una de las manifestaciones más claras de ésta es tratar a las mujeres como si padecieran de una enfermedad, lo que puede identificarse desde el momento en que son forzadas a subir a una silla de ruedas al llegar al hospital o clínica y son despojadas de su vestimenta.

“Todas estas vulneraciones se dan en un contexto lleno de violencia simbólica, como por ejemplo tratar a las mujeres gestantes como enfermas, los cuales responden a defectos o vicios del sistema. Desde que ingresa al hospital hasta el parto hay muchos mensajes, los cuales sin querer ser explícitos, terminan siendo transmitidos a las mujeres. Por ejemplo al llegar a las urgencias se les sienta en una silla de ruedas, sin tener necesidad de ella, porque la mujer puede moverse y es más, el movimiento le hace bien al trabajo de parto. Sin decírselo explícitamente le estás diciendo que está enferma. Desde el momento en que la despojas de su ropa y le pones una bata clínica, le estás diciendo que ella deja de ser la persona que habitualmente es para ser igual al resto, sólo en la cárcel y en los hospitales uno se despoja de la ropa para homogeneizarse. Todo eso es simbólico y habla cómo el equipo médico se apropia del cuerpo de la mujer y de los procesos reproductivos y empieza a tomar decisiones como indicar una cesárea cuando no hay necesidad“.

“Hay otras vulneraciones que son transversales como el exceso de intervenciones. Las recomendaciones basadas en estudios empíricos y evidencia científica plantean que las intervenciones deberían ser informadas y consentidas. Desde el punto de vista de medicina no deberíamos llevar a cabo más intervenciones de las necesarias. Cada intervención debería tener una justificación, porque el trabajo de parto es un proceso natural y no una enfermedad, sin embargo en Chile abusamos de la oxitocina sintética, de la rotura artificial de membrana, etc.”.

Sin justificar la violencia prácticamente inherente que se ejerce en perjuicio de las madres en el sistema público, Leiva establece que los equipos médicos también ocupan un lugar de víctimas, ya que coexisten completamente sobre exigidos, asistiendo tres o más partos de forma simultánea.

“Hay muchos departamentos de maternidad en donde los equipos están tremendamente sobreexigidos, por lo que si el sistema no los cuida a ellos, es muy poco probable que ellos cuiden a otros y ese creo que es un problema bastante invisible”.

 


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