Fue Maltratada Brutalmente Hasta Que Encontró A Una “Verdadera Madre”

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Irene Lugo recién tenía 27 años y otros planes de vida cuando llegó “su hija” y la escogió como mamá.

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Keila es una niña que ha tenido una vida muy difícil. Cuando nació era pleno invierno y sus padres estaban viviendo en la calle. Se enfermó de neumonía cuando apenas tenía unos días de vida y terminó en el hospital por desnutrición. Ya a esa altura tenía señales de abuso de golpes que le dieron en su cabeza y que le dejó un daño neurológico de por vida.

Finalmente, fue abandonada.

Su vida transcurrió en el Hospital San lucas, Argentina, al lado de otros niños con necesidades especiales.

A pesar de su situación, personal del hospital y voluntarios de varias organizaciones buscan que tengan una infancia digna y puedan aprender a defenderse en la vida.

Y acá aparece Irene, una de las voluntarias.

En 2014, tenía apenas 27 años recién cumplidos cuando conoció a Keila de 4 años.

Tal como comenta la mujer: “Cuando la conocí, yo era voluntaria en un programa de un organismo de ayuda llamado ‘Cine Para Todos’. Nosotros llevábamos una pantalla y un proyector a los comedores populares, a los geriátricos, a los hogares de niños; en fin, a cualquier lugar donde las personas no podían ir por su cuenta al cine“.

Así fue que Keila la “eligió”.

“En ese momento, la pequeña apenas caminaba y me hizo un gesto de que la cargara porque tampoco hablaba. Yo la tomé y no se quiso bajar más. Vio la toda la película sentada en mis piernas”.

Lo que Irene no sabía y después se enteró es que Keila nunca pedía que la cargaran. Era una niña tímida y tenía un evidente retraso en la madurez, un paladar con malformación, problemas de equilibrio y casi no hablaba.

Pese a todo ese diagnóstico, ella la había “escogido”.

El grupo de voluntarios siguió ayudando por casi dos meses y todos los viernes siempre se veía la misma escena. Todo lo que buscaba Keila era que llegara Irene. Y si debía decirle adiós, se volvía un drama.

Las mismas enfermeras del hospital le dijeron a Irene que podía obtener un permiso de un juez para poder sacar a Keila a dar una vuelta y asó podrían pasar más tiempo juntas.

La primera vez que salieron fue algo complicado porque Keila le tenía miedo a los pájaros y a los ruidos de la calle. Así que Irene cambió los planes y la llevó a comer a su casa y que conociera a su padres.

Nadie sabía que ese sería el primer encuentro de muchos con alguien que formaría una parte importante en sus vidas.

Mientras, los informes de la niña indicaban los excelentes avances que tenía desde que empezó a compartir más con Irene. Empezó a hablar más y a interactuar más con las personas. Empezó a sonreír más y empezó a dejar a los pañales. Irene la iba a buscar varias veces a la semana y, con un par de horas, ya eran muy felices.

Pero al momento de regresar al hospital, se hacía complicado.

Irene comenta: “Se ponía muy mal y empezaba a llorar sin parar. Incluso me pidieron que dejara de ir. Eso me dio mucha pena…a las dos”.

Pero algunos no estaban de acuerdo en que esa era la solución hasta que un juez le dijo lo evidente: ¿Por qué no adoptar a la niña?

“Yo quedé sorprendida. Apenas tenía 27 años y no se me pasaba por la cabeza tener hijos aún. Ni siquiera tenía una pareja”.

Al principio dijo que no pero muy dentro de sí sabía que no podía dejarla sola.

“En un minuto pensé ‘suficiente, ya ha sufrido mucho en su corta vida; no puedo seguir haciéndola sufrí yo'”.

Lo primero que hizo fue preguntarle a Kaila si quería se ella fuera su mamá.

La respuesta de la niña fue sólo abrazos y sonrisas.

Las dos estaban muy emocionadas. Fue a hablar en el hospital y encontró todo el apoyo del personal. Y los menos sorprendidos fueron su familia. Aún así le preguntó a su mamá si quería ser abuela.

Pero lo que creía sería un final feliz sería el principio de algunos problemas.

Le dijeron que tenía que registrarse para saber qué niño se adapta a su perfil. Pero ella les dijo: “no, yo vine para ser la mamá de Keila”.

También le dijeron que era demasiado joven y que ella podía tener a sus propios hijos. Que así le sería más difícil conseguir un novio, que pasaría a ser una madre soltera con una hija “especial”. Esos fueron los comentarios de sus conocidos, amigos y familia.

entonces decidió ir a la defensoría pública buscando ayuda y la respuesta que recibió la dejó atónita: ‘pero búscate un novio y ten tus propios hijos, ¿qué edad tienes? ¿No puedes tener hijos?

Incluso la abogada de su caso le dijo que no era necesario que adoptara a una “enfermita” y terminó por no aceptar su caso.

Irene estudió mecánica dental y es secretaria en un consultorio médico. Gracias a la ayuda de su jefe y familia, pudo reunir dinero para pagarle una abogada particular.

Y con toda la típica burocracia del sistema, el trámite duró cerca de 38 meses.

En el intertanto, y sin ninguna seguridad de que todo terminara como deseaba, Irene inscribió a Keila en un jardín de niños, la puso en un curso de natación e incluso hicieron equinoterapia. Además, la llevó a la fonoaudióloga, psicopedagoga, e incluso, a una terapeuta ocupacional.

La niña tuvo un cambio notorio y muy emocionante.

Primero se descubrió que Keila no tenía una malformación en el paladar; incluso, el aparato ortopédico que estaba usando le estaba dañando la boca.

Con toda esta ayuda, Keila empezó a comunicarse más con el mundo; caminaba con más seguridad y dejó los pañales.

Por fin, en diciembre de 2016, su caso pudo ser revisado por un juez y emitió el veredicto que ella estuvo esperando por tanto tiempo: Irene podía ser la madre de Keila.

Hoy la niña tiene ocho años y va en primer grado de la escuela. Y aquella niña que apenas se movía, hoy baila y hasta cabalga.

A veces van a visitar al Hospital San Lucas a ver a sus viejos amigos. Pero ella se va con su mamá a su nuevo hogar.

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