Siempre decimos que nos valoramos, nos queremos y nos respetamos, incluso hay quienes lo hacen desde siempre y no porque han aprendido a través de un proceso consciente. Sin embargo, son nuestras acciones y decisiones las que terminan por reflejar el grado de aprecio y valor que nos damos a nosotros mismos.
Una vara muy importante que nos ayuda a saber cuánto nos valoramos son nuestras relaciones, ya que son la muestra perfecta de nuestro sistema de valoración. Las personas con las que nos relacionamos, con las cuales nos identificamos y a quienes nos resulta sencillo hacer parte de nuestra vida por períodos de tiempo importantes, se comportan con nosotros como nosotros mismos lo hacemos.
Quizás podamos discrepar, pero si estamos sometidos a una relación en la cual somos maltratados, ignorados, humillados y aun así encontramos motivos para permanecer, esto es el resultado del trato que nosotros nos damos, las prioridades que establecemos y los límites que ponemos en nuestras relaciones.
Cuando aprendemos a amarnos, no resulta una decisión tan complicada el decidir retirarse de cualquier relación que no nos llene, nos haga sentir mal o desvalorizados. Más bien nos volvemos expertos detectando situaciones de riesgo, que nos expongan a cualquier escenario que afecte nuestra integridad.
El amor propio es algo que no podemos delegar, no podemos confiarles a los demás lo que nosotros debemos hacer, porque el amor propio es irremplazable. Podemos tener a muchas personas amándonos, pero nada de ello sustituirá el amor hacia nosotros mismos.
Si no nos amamos, dependemos de los demás y no somos capaces de nutrirnos nosotros mismos, y lo que nos hace estar en una búsqueda permanente de algo o alguien que llene los espacios que creemos están vacíos. Sabemos que no somos plenos, creemos que necesitamos algún complemento, que algo nos falta. El tema es que no nos podemos pasar la vida buscando fuera lo que solo hallaremos dentro.
Si no nos hemos amado de manera sana, de manera consistente y a querernos, comienzan a producirse cambios radicales en nosotros mismos, el autoconcepto cambia, los patrones de merecimiento se modifican, nuestra tolerancia cambia y de pronto, ya no queremos en nuestras vidas a ninguna persona que venga a perturbarnos, a utilizarnos o a querernos de la manera errada.
Así nos damos cuenta de que las relaciones que hemos considerado inadecuadas, no lo eran, sólo eran reflejo de lo que creímos merecer y contribuyeron de alguna manera a lo que somos hoy en día y ya no miramos con rencor o dolor nuestras relaciones, sino con agradecimiento.
Es ahí cuando comenzamos a sentir la seguridad de relacionarnos con personas que sumen, que nos nutran, que puedan darnos al menos lo que nosotros mismos nos damos y a partir de esa base, lo que llega después solo es positivo.
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