Durante la vida, nos encontramos con muchas personas, algunas fugaces que no recordamos ni sus rostros y otras, que se harán sentir presentes, especialmente por los lugares especiales que ocupan en nuestra alma.
Pero son sólo esas personas que nos acarician el alma, las que nos hacen sentir una tranquilidad que solo sentimos cuando estamos convencidos de que justo ahí está lo que podemos llamar hogar y ellas son las que sin duda se convierten en compañeros perfectos en este viaje llamado vida.
Es normal que nos confundamos muchas veces con las personas que están en nuestras vidas, pero sólo cuando no han tocado nuestra alma, porque cuando eso pasa, no hay vuelta atrás, no existen dudas. Aún en los casos donde se nos hace imposible permanecer junto a esa persona, sabemos que la llevaremos en un lugar privilegiado y el amor siempre alimentará la relación.
Suena lógico que si alguien toca tu alma, para nutrirla, para hacerla vibrar, queramos que pertenezca en nuestras vidas. No obstante, muchas veces la mente se apodera del juego y terminamos jugando para ella. Esto pasa cuando prevalece el miedo, el orgullo, la distancia, las guerras de poder, los complejos, cuando no se sanan las heridas del pasado e inconscientemente se traen al presente, no para hacerlas cicatrizar, sino para abrirlas y mostrar cuánto dolor pueden aun generar.
Esa es la razón por la que debemos estar atentos a lo que hacemos, porque muchas veces nuestra conducta es opuesta a lo que deseamos, decimos cosas que no sentimos, nos alejamos sin desearlo, nos encapsulamos para que nadie tenga acceso a nosotros y lo que hacemos es distanciarnos cada vez más del sitio en el cual queremos estar.
Existen ocasiones en las que podemos cambiar de rumbo, pero otras veces, recorreremos tanta distancia en dirección contraria, que nos será imposible regresar. También aplica al escenario en el cual vemos a quien queremos cerca distanciarse y no hacemos nada para que eso cambie, sino por el contrario, contribuimos ampliando más la brecha.
Por cierto, no podemos retener a alguien que se quiere ir, sin embargo debemos estar conscientes y ser capaces de identificar, cuándo somos nosotros los que contribuimos a aumentar la distancia a través de nuestras acciones y omisiones y cuándo le damos más capacidad de acción y decisión a nuestro orgullo que a nuestro amor.
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