Gabriel Cruz, el pequeño de 8 años cuya desaparición convocó una multitudinaria e incansable búsqueda por parte de 4.000 personas, había sido estrangulado presuntamente por la pareja de su padre, quien tras actuar sola, introdujo el cuerpo en el maletero de su vehículo. Ana Julia Quezada, la principal sospechosa del caso, se mantuvo presente durante el tiempo por el que se prolongó la búsqueda y se mostró desconsolada ante las cientos de cámaras que registraron uno de los sucesos más escandalosos del último tiempo en España, hecho que agudizó la gravedad del asesinato a nivel mundial.
Hoy personas de todo el mundo piden a gritos justicia para Gabriel Cruz, quien mantiene recogida a una comunidad que sigue sin poder vislumbrar los horrores que pueden ser cometidos por el ser humano. Una comunidad que olvida o que prefiere no recordar que a kilómetros de distancia, yace un país que ha visto morir a más de 1.000 niños en menos de 60 días.
Desde tiempos remotos, la cultura occidental ha logrado posicionarse en la punta del mundo, determinando qué es importante y qué no lo es. Además de instaurar tradiciones, religiones y estilos de vida, el empoderamiento de la cultura occidental nos ha vuelto egoístas, individualistas, ególatras e incluso ha provocado que hoy normalicemos el dolor y sufrimiento ajeno.
Mientras que la comunidad mundial se mantiene alejada del derrumbe que viven quienes siguen intentando escapar de la muerte, la atención mundial sigue distanciándose de un cese al fuego en Siria y posicionándose incluso en temáticas que resultan irrisorias al lado del infierno que vivían cientos de familias que día a día deben aceptar que su mayor objetivo en la vida debe reducirse a sobrevivir.
De acuerdo a las cifras entregadas por Unicef, en los dos primeros meses de 2018, cerca de mil niños murieron o resultaron heridos a raíz del conflicto en Siria, sin embargo, la atención de todos los consumidores de información, sigue situándose en un lugar en donde las víctimas no tienen rostro alguno.
Hoy y a más de siete años del inicio del conflicto en Siria, la comunidad afectada sigue permaneciendo deshumanizada ante el mundo entero, el cual no tiene historias para empatizar, ni miradas con las que sensibilizar.
Mientras el mundo occidental se remese ante la muerte de un niño inocente, otros miles y millones secan sus lágrimas con el ropaje de aquellos que murieron en el camino. Muertes que nadie ha tenido la oportunidad de exigir justicia por ellos, aquellos que hallaron si deceso en la soledad que todos hemos permitido como sociedad.
La interrogante que se apodera de nuestras mentes al dimensionar los horrores que tuvieron lugar en el pasado y a raíz de los cuales comunidades enteras fueron exterminadas, es ¿cómo nadie hizo nada?. El conflicto en Siria suele ser comparado con el exterminio de la población judía, ya que en ambos casos los crímenes han ocurrido sin intervención alguna de las otras naciones.
A diferencia de la masacre ocurrida en 1945 en Europa Oriental, Siria sigue sin encontrar cavidad en el mundo occidental. Cientos, miles y millones de personas continúan llorando a sus seres queridos en al privacidad de sus mentes imposibilitados de exigir justicia por aquellos que les arrebataron.
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